Wednesday, May 26, 2010

Un dia que empieza temprano

Ese día. Si, es día había empezado temprano. Tal vez demasiado temprano para el gusto de cualquiera. En los ojos de Alberto había una luz diferente a la de otros días, como una estrella nova. Realmente daría envidia de cualquiera. Una mirada como esas, no se ve si no es una vez cada 10 años. Sin embargo, Alberto la tenía. Tan fuerte, tan presente como el sol.

La ciudad dormitaba a lo lejos, acá en el campo, ni siquiera los gallos habían despertado. Nadie, a excepción de Alberto. Se movió con rapidez, a tientas encontró sus zapatos. Buscó un poco más y despacio para no despertar a sus pequeños, pasó a la cocina. Se vistió rápidamente, con apuro se lavó la cara, las manos. Volvió a tomar a grandes sorbos el café caliente y un pan de centeno. Y como todos los días agarró su poncho, se enfundó su sombrero, y salió presuroso. No sin antes prodigar una bendición a sus hijos, quienes ajenos a los movimientos paternos seguían durmiendo.

Ya afuera, cargó a su espalda el saco lleno de habichuelas y un atado de dinero bien escondido enfiló a la carretera. Con la oscuridad del amanecer, el mal camino y el peso que soportaba sería como una hora de camino hasta la carretera. Paso a paso, con su pensamiento fijo en el mercado, en la ropa que compraría para Ernesto, Jacinta y Paco. Paso a paso, con la fuerza que únicamente el amor es capaz, venció la distancia que lo separaba de la carretera, sin descansar. Al poco rato de estar esperando un autobús o camión que lo transporte a la ciudad, aparecieron los faros brillantes de un vehículo grande. Alzó la mano, para solicitar transporte pero pasó de largo. Y así transcurrieron 30 minutos o más con idéntico resultado en otras oportunidades. Pero su luz interior seguía intacta, su ilusión desmedida lo mantenía optimista.

A lo lejos se escuchaba el sonido creciente de un motor y luego, con el alba detrás, un viejo autobús detuvo su marcha. Un ayudante del chofer, con ojos somnolientos y mal humor bajo para ayudarlo a subir su saco de habichuelas. Con un mal gesto y un murmullo ininteligible lo hizo pasar al fondo del vehículo. Dentro, la atmósfera pesada, los ronquidos y respiración que delataban un sueño profundo lo acompañaron hasta encontrar asiento junto a una mujer regordeta que no dejaba mucho espacio en la banca. Lejos de pensar en dormitar, Alberto dejó volar su imaginación. Si Jacinta con un vestido azul, que Enrique con una camisa de rayas, y tal vez hasta un libro para Paco.

¡Si!, pensó.."un libro para Paco". Era un deleite escucharlo leer y los cuatro libros que tenía en casa se deshacían de tanto haberlos hojeado. De tanto haberlos leído y releído. Es que cuando las cosas gustan tanto porque se hacen bien, da gusto hacerlas de nuevo, una y otra vez. Y cómo olvidarse de su compañera de esta aventura en la vida, de Gloria. Muchas veces, cuando escuchaba la canción en la iglesia, la palabra Gloria lo llenaba de felicidad. Pocos hombres son tan afortunados como él, pensaba. Pocos pueden tener una esposa tan compañera, que le había dado soporte diario, que lo confortaba como agua fresca. Por eso daba gracias a Dios, por eso la amaba tanto. Y para Gloria, que darle, un chal nuevo, un adorno para su cabeza. No cabía en sí de dicha por tener la posibilidad de darles a los suyos algo que llevara contento.

De pronto, una luz, un sonido que nunca había escuchado antes. Las cosas dando vueltas. El golpe seco de una cabeza contra la suya. El rechinido de latas retorciéndose, los primeros gritos. Algo pegajoso y caliente de pronto sobre su cara. El peso de la regordeta en tumbos. Manos que arañaron su pierna. La confusión de no saber de donde sostenerse. Un dolor agudo, clavado en la espalda y luego descubrir que no podía mover su brazo, mas tumbos, mas dolor, mas gritos, menos gritos. Oscuridad. gemidos. De fondo el sonido de agua corriendo turbulenta. Luego nada, la comodidad perdida.

Mientras pasaban los segundos que se agrandaron a minutos enormes. Su pensamiento seguía prendido de Gloria, de Ernesto, la pequeña Jacinta y Paco. Se preguntó por un momento como podía estar vivo si no lograba moverse. De repente un tirón, una voz que entre quejumbrosa y aterrada preguntaba en tono alto...¿estás vivo? Quiso contestar, pero solamente consiguió responder con un sonido indescifrable. Sintió que trataban de liberarlo de una masa de carne y tela que estaba sobre el. Pero era imposible...más minutos gigantes. Luego la luz, el sol. El paisaje aterrador que lo rodeaba. Voces que maldecían y pugnaban por amarrar algo en algún lugar. Luego el sonido lacerante de metal cortado.

No supo cómo lo sacaron, miró con dificultad, sintió el asfalto en su espalda. Una mano que sin ningún reparo se metía entre sus ropas. Una bota, un zapato, no sabía qué, pero estaba cerca de su cuerpo. de repente el paquete de sueños salió de su posesión.

La noticia roja, las palabras adecuadas para aterrorizar y aumentar la catástrofe. Una cifra más, un mal momento que todos quisieron olvidar.

Y amanecía de nuevo, tal vez rápidamente. La misma luz extraña en sus ojos, la misma luz extraña que su padre tuvo tiempo atrás pero que nadie la observó, porque no tuvo tiempo de volver íntegro. Se movió con rapidez, debía alcanzar el tren. Llegar a tiempo, era su única oportunidad de lograr una buena venta. Una silla nueva para el viejo, una silla de ruedas de verdad........ y esa luz en sus ojos se hacía más intensa. Paco, hasta sentía el pulso acelerado. Esta vez lo lograría.

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